Buenos Aires Flamenco

Historia del flamenco

Bandera gitana

Resulta sorprendente comprobar como, tras varios siglos de historia paralela, que no común, a la nuestra, no sólo no se ha conseguido una mejoría notable de las relaciones interétnicas de payos y gitanos, sino que ni siquiera hemos adelantado en una mejora del conocimiento mutuo. No hemos sabido ni querido entender los distintos valores socioculturales de nuestros centenarios vecinos. 

¿Qué hace de la etnia gitana una sociedad con encuadres tan distintos a los nuestros? ¿Tan diferente de nuestro viejo sistema, aquel que fuera fraguándose primigeniamente en los usos y costumbres de la cultura greco-romana y, posteriormente, cincelado por la tradición judeocristiana? ¿Quiénes son los extraños hombres y mujeres cuyo origen se remonta a más de 3.000 años a. de C? No es necesario ser antropólogo para ver la evidencia de esta etnia. No es preciso ser científico para ver esa casta que tanto nos atrae en ocasiones y en otras es tan repudiada.

Despreciados, tolerados o ignorados, cuando no perseguidos y esclavizados, los cíngaros o gitanos representan para nuestra sociedad desarrollada y consumista un punto de suspensión en el tiempo, un culto al ancestro, a lo tribal. Sus viejos ritos los envuelven en una aureola de magia, de fascinación y embrujo: de duende.

Y el duende, ese artista, ese mago, ese genio que rinde tributo diario al “vivir de otra manera, con otro aire”, sigue dejándose ver en las noches de hoguera a la luz de la luna gitana. Más de 1.000 años de guitarreo y quejío, de danza y cante, de arte y casta, han dado su fruto: Gitano.

Gitanos o cíngaros, ya que de ambas formas se denominan, constituyen una de las etnias más antiguas de la Tierra. Su origen, a pesar de las numerosas disertaciones a las que ha dado lugar, se ubica en el norte de la India, en algún lugar situado entre los ríos Indo y Ganges, posiblemente entre los estados del Punjab y Rajastán.

Constituyen una de las numerosas tribus que poblaban el viejo subcontinente indio antes de que se produjesen las primeras invasiones de los arios, los cuales se fundieron y fusionaron con la población dravídica, ya existente en la India. Arios y dravidianos formaron una sola cultura, la védica, que supuso para el mundo un gran avance en muchos terrenos: en lo social, en medicina, en filosofía, etc. Esto sucedía entre los años 5000 y 3000 a. de C. y arios y dravidianos convivían en paz con todas las tribus que milenariamente habían ocupado la India y habían desarrollado una cultura propia.

En 1500 a. de C. cientos de miles de cíngaros optaron por el exilio. Abandonaron la india regida por los bramanes.

La civilización veda duró milenios para ir dando paso, de forma lenta y paulatina, a la civilización bramánica, la actual en la India, que fue la que dividió la sociedad en un complejo y arbitrario sistema de castas. Sin embargo, las tribus que primigeniamente convivieron con arios y dravidianos, como es el caso de los gitanos, quedaron fuera del sistema, quedaron descastados, y constituyeron, junto al resto de las tribus pobladoras del subcontinente, un descomunal bloque social conocido como los intocables. No obstante, y a pesar de lo injusto del sistema, ambas sociedades convivieron en relativa paz y armonía.

Ahora bien, ese precario equilibrio se rompió en algún momento de la historia (se cree que hacia el año 1500 a. de C.) y algunas tribus gitanas no quisieron aceptar la autoridad de los emperadores bramánicos.

El conflicto que esta desobediencia o falta de acatación al régimen impuesto originó, o bien la expulsión forzosa o bien el exilio voluntario de millares de cíngaros del Rajastán y el Punjab. En aquellos tiempos no respondían a la denominación actual. Se les conocía como Doms, Roms, Sugalis y otros nombres. En cualquier caso, tuvo lugar una descomunal diáspora, cuyos efectos perduran hasta la actualidad. Miles de gitanos reunieron sus escasas pertenencias en sus viejos carromatos e iniciaron la más larga de las migraciones conocidas hasta la fecha.

Muchos de ellos se desplazaron hacia otras zonas de la India. En la actualidad, se encuentran diseminados en numerosos estados. Por el contrario, otros muchos iniciaron un largo éxodo hacia el sol poniente, a occidente. Son numerosos los documentos que avalan esta prolongada y forzosa marcha de los cíngaros.

Sin embargo, este divorcio entre la sociedad tribal y la bramánica no se produce instantáneamente. Muy al contrario, convivieron durante centenares de años. Ya bajo los sucesivos mandatos de los emperadores bramánicos era conocida la habilidad de los gitanos en relación con los aspectos oníricos y lúdicos de la época, tales como la música, la danza, el esoterismo y la magia. La lectura de las líneas de la mano era práctica habitual entre ellos y fueron numerosas las ocasiones en las que sus servicios fueron requeridos en la Corte. En su forzado éxodo colonizaron las faldas del Hindu Kush (actual Afganistán) y llegaron a Persia. Algunos documentos avalan la presencia prolongada en esta tierra, en la que adoptaron numerosos vocablos que incorporaron a su lengua autóctona, así como diversos usos y costumbres.

Sin embargo, la mayoría de la documentación apunta a una prolongadísima estancia en el antiguo imperio Bizantino. Fue, efectivamente, Bizancio la tierra que mayor influencia cultural ejerció sobre los gitanos. Pero quizás la mayor aportación del Imperio a la raza calé fue su conversión al cristianismo. Cuando los gitanos irrumpen en España en el siglo XV ya son portadores y practicantes de la fe de Cristo.

Y es precisamente su estancia en la antigua Bizancio (actual Turquía) la causa de la vieja creencia del origen egipcio de los gitanos (Egipto-egipciano-gitano), confusión ampliamente extendida entre estudiosos y eruditos del Renacimiento y el Siglo de Oro.

En efecto, los Registros de Arras de 1421 narran “la llegada de extranjeros del país de Egipto”. Una crónica de la ciudad de Constanza hace venir a los gitanos que visitan la ciudad en 1438 de “una isla no lejos del pequeño Egipto”. La explicación no es otra que la confusión que produce la región de Izmir (Turquía), conocida por los turcos como “el pequeño Egipto”.

Es comprensible, entonces, la confusión popular que atribuye a los cíngaros un origen egipcio. Sin embargo, los estudios realizados prueban la inexistencia de vestigios gitanos en el país del Nilo. Y la opinión de la cingarología actual es unánime al aceptar el origen indoario de los gitanos. El único punto de discrepancia reside en la ubicación precisa del lugar de la India: ¿Punjab o Rajastán? No se sabe a ciencia cierta.

El cingarólogo Muñoz Velasco, en su valiosísima obra Los gitanos y el idioma sánscrito confecciona un pequeño diccionario en el que obviamente se aprecian las similitudes semánticas entre este idioma, originario de la India, y el calé o romaní, la lengua cíngara. Citemos como ejemplo los vocablos panim: agua, manosch: hombre, bacro: carnero o dada: padre. ¿No son demasiadas las coincidencias? Todavía más significativo resulta el significado en calé del vocablo veda, que no significa otra cosa que Iglesia. No olvidemos que son herederos de la mítica cultura veda, la cual desarrolló sus más valiosos cuadros sociales en torno a la religión.

Pero independientemente de su origen, lo que ha sido siempre una constante entre los cíngaros es el acoso al que han sido sometidos históricamente. Isabel la Católica ordenó su persecución en el año 1492 a través de la Pragmática de Medina Sidonia, la misma que ordenó la persecución de judíos y moriscos. ¿Por qué motivo? Los gitanos, aunque cristianos, incorporan a la religión una enorme y variopinta gama de ritos ancestrales que fueron considerados paganos e incluso heréticos por los tribunales inquisitoriales de la sociedad del siglo XV.

No faltaron posteriormente los intentos de integración en la cultura paya, pero invariablemente fracasaron estrepitosamente ya que poco o nada tuvieron en cuenta sus valores culturales autóctonos. Carlos III fracasó rotundamente en el intento.

España, después de Rumanía, es el segundo país que mayor número de población gitana acoge en el mundo.

Rumanía es el país del mundo que acoge al mayor número de gitanos. Pues bien, en este país no fue hasta bien entrado el siglo XIX cuando fue abolida la esclavitud de la etnia gitana. Y si bien recibieron el estatus de hombres libres, en la práctica fueron sometidos a todo tipo de tribulaciones y vejaciones por parte de una sociedad paya que miraba con extraordinario recelo toda influencia foránea. España, después de Rumanía, es el segundo país que mayor número de población gitana acoge. Sin embargo, nuestra intolerancia hacia sus valores étnico-culturales ha sido quizás mayor que en otros lugares, a excepción de Andalucía. ¡Cómo no!

Qué duda cabe de que buena parte de nuestra intransigencia es consecuencia directa del profundo desconocimiento de nuestros viejos vecinos. Por supuesto, la retórica oficial argumenta todo lo contrario para discriminarlos: la tan manoseada autodiscriminación. Y qué duda cabe de que este argumento es válido en buena medida. Sin embargo, no es menos cierto que no hay que confundir el hecho de querer salvaguardar la propia identidad cultural con el rechazo a la normativa social del país que los acoge. Una y otra vez la propaganda arcaizante nos ha presentado a los gitanos como habituales transgresores de la ley. Y ha sido precisamente esta actitud pusilánime la que más negativamente ha influido sobre la opinión pública. No hace falta remontarse en el tiempo para comprobar esta realidad. ¿Cuándo hablan los medios de comunicación de los gitanos? Cada vez que nos muestran el horror de los poblados chabolistas y guetos “donde acude nuestra juventud para comprar drogas”. Como si el tráfico y venta de drogas fuera un valor cultural de los gitanos en vez de una lamentable consecuencia de la degradación de su economía. Es decir, consecuencia de la pobreza, no de la cultura autóctona.

Cada vez que las cámaras de TV nos muestran a los indignados vecinos de los barrios marginales de nuestras urbes, observamos impertérritos los insultos con los que se difama a los gitanos. ¡Basta ya de tanta crítica corrosiva, de tanta maledicencia y desinformación!

Empecemos ya a construir un presente y un futuro digno para ambas culturas. Sobre todo cuando otros países y otras sociedades que han conocido más a fondo que nosotros a los gitanos no han dejado de exaltar sus valores, y no sólo los oníricos. Basta citar algunos textos de Plinio o Alejandro Magno.

Pero, si tan sólo queremos o podemos ver su fachada lúdica, tendremos que reconocer que esta raza ha contribuido más que nadie a la creación de uno de nuestros productos nacionales más rentables y exportables: el flamenco, ese arte tan hondo que brota de lo más profundo del alma gitana. Y ya va siendo hora de que conozcamos mejor a nuestros vecinos para que, quizás así, aprendamos a tolerarnos mutuamente.

Agradecimiento a Miguel Ángel Suvires García y a todo el equipo de la Pastoral Gitana.

Fuente: Antonio Carmona, gitano y cantante del grupo Ketama, y Javier Martín.

Gentileza de: PastoralGitana.com

http://pastoralgitana.com/2007/12/01/el-orgullo-gitano/