Novedades | 09 de septiembre de 2016

Antonio Hernández:"Andalucía es el nombre de mi patria"

El poeta de Arcos de la Frontera ha inaugurado la XIX edición del festival este jueves en Santa Clara con un texto lleno de anécdotas en el que ha retado en varios duelos a todas las emociones del arte jondo

Antonio Hernández, poeta de Arcos que siempre ha escrito sus versos en la frontera del jipío, se ha agarrado al atril de Santa Clara, historia de la ciudad, para hacer historia del flamenco en el pregón inaugural de la XIX Bienal. No lo ha dicho nunca, pero su mensaje ha sido evidente: para que el flamenco siga teniendo horizonte ha de echar la vista atrás. No se puede ir hacia ningún destino concreto si no sabemos de dónde hemos partido. Y no hay cara de ninguna moneda sin su cruz. Como un viejo pregonero que vende alhucema o hierros mohosos por las calles entonando romances y gritando duquelas, el escritor ha hecho un juego de voces de su memoria para batir en duelo a los dos grandes ejércitos del arte jondo: la gracia y la miseria, la alegría y el dolor. Y probablemente ha inaugurado un estilo: el costumbrismo golfo. Citar al Cojo Peroche con la dicción de tirititranes que tiene Hernández es saber escoger la salida del cante por derecho. La cosa es que a Antonio,célebre genio del embuste gaditano, lo llamaron a las tantas para ir a una fiesta y el señorito consideró que lo que se había comido y bebido era suficiente sueldo. «Y Antonio, que no revienta porque hay Dios en el cielo pero también Guardia Civil en la tierra, mide consecuencias y sólo alcanza a decirle con toda la dignidad que puede lo siguiente: ojalá que la próxima vez que le canten, le canten los curas». Para explicar esa paradoja abismal en la que históricamente vivieron los cabales, convirtiendo en chiste la desgracia, ha citado a Quevedo: «La gracia de Dios ordinariamente anda de penitencia». Y a partir de ahí ha empezado el mano a mano entre las dos caras de una misma expresión artística que se resume en la primera soleá: «Que yo cantar no quería, / que nadie sabe la pena / que me cuesta la alegría».

Su niñez en Arcos pregonando los espectáculos del teatro de su tío Ramírez, sus noches largas en Caripén con Lola, sus vaivenes con Terremoto cuando había que escribirle la dirección de su casa para que se la diera al taxista y lo dejara caer allí después de «engolfarse más de la cuenta con el Tío Pepe», aquella madrugada en la que Felipe Campuzano le dijo a Peroche que le diera cuarenta duros de propina al portero de un local y el gaditano le contestó «¿cuarenta duros al portero?, cuarenta duros no se los doy yo ni a Iríbar» o la capacidad de Pericón para meter por bulerías «el Polifemo de Luis de Góngora» le han puesto un compás frenético a un alegato que Hernández ha hecho casi al golpe, con los nudillos. Defendiendo la grandeza minoritaria del género: «En las cosas secretas, o si se quiere sagradas, debemos tener poca compañía». Y acordándose de Matilde Coral, Mario Maya, Gades, Merche Esmeralda, Cristina Hoyos, la Yerbabuena, Manuela Vargas, el Lebrijano, Caracol, Marchena, Fernanda, Bambino, Camarón, Morente, Menese, Carmen Linares, Távora, Cepero, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar... Hasta meterle mano al cante duro: la disputa entre ortodoxia y vanguardia, resuelta con un aforismo de Mairena: «Lo que el flamenco gana en extensión, lo pierde en hondura». Pero la cima lírica la alcanzó con un poemita inspirado en Gerardo Diego —«la guitarra es un pozo con viento en vez de agua»— que fue un estoconazo hasta la bola: «Aquí ha bebido, / ha comido / se ha emborrachado / mi pueblo. / De aquí se mantiene / mi pueblo: / del aire». Conclusión: «Si digo Andalucía, estoy diciendo el nombre de mi patria».  Por: Alberto García Reyes /SEVILLA

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Fuente: ABC Sevilla